Recuerdo la convicción de esos días. La hora de salida y el tiempo juntos. Eso, que empezaba a hacerse costumbre y que justificaba el peso del día, las horas de espera. Tenías que dejar mucho atrás y yo debía corregir los errores, volver a ser quien siempre fui.
Llegaste en el momento preciso para darme el empujón que necesitaba y volver a estar bien. Lo tuyo fue un allanamiento casi inmediato, todo quedó de lado y se convirtió en nosotros, mientras nos íbamos dando cuenta de lo que pasaba, con ese inevitable temor de que sea lo que estábamos pensando. Aunque en el fondo era lo único que queríamos.
Muchas veces te he dicho que esto es distinto a todo, que es mejor. Y aunque sea una frase tantas veces repetida por tantas personas en tantas situaciones, tengo que decirla porque no hay nada más cierto. Porque a veces las frases hechas son las que mejor expresan lo que sentimos. Como cuando nos comentan lo mucho que nos parecemos, o cuando pienso que tenemos el récord de habernos dejado de ver solamente un día en estos 18 meses, o cuando pasan las horas y sigo esperando, ya sin tenerte a unos metros en la misma oficina, que sea la hora de salida para sortear el tráfico y verte y que el ruido, los problemas y todo lo malo que pueda estar pasando desaparezca.
Ha pasado un año y medio y sigo con la misma sonrisa cuando pienso en ti, sigo haciendo planes, riéndome de los chistes que hicimos ayer, pensando qué haremos mañana. Sigo queriendo caminar todas las calles de tu mano, como al principio, como siempre.
Hoy no voy a escribir más, mi regalo será esta canción, una versión de Adele (que sé que te gusta) de una canción de The Cure. La letra dice el resto...